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Foto del escritorBernal Arce

Deporte: magia, poesía y heroísmo

La pistolita de Pistorius


Jacques Sagot



Consternado, perplejo: así me siento.  Lo que Osquitar hizo –para usar una magnífica expresión vernácula– “no tiene nombre”.  Innombrable, sí, indecible.  Emboscar a una mujer indefensa y descerrajarle 4 disparos a boca de jarro...  Con saña digna de Andrei Chikatilo, el caníbal ruso que mató a 56 personas, hoy una leyenda urbana.



El “SFF”: “síndrome del fortachón femicida”.  En 1988 Monzón estrangula a su segunda esposa y luego la arroja desde la ventana de un segundo piso.  Ya había ensayado sus destrezas pugilísticas sobre la primera.  Una nalgadita de 11 años de prisión.  Murió libre, callejeando, sin terminar su condena.



En 1994, O. J. Simpson (dan ganas de desinfectar el hard-disk al digitar su nombre) masacra a su ex-esposa.  Es absuelto: retruécanos jurídicos que los abogados fraguan para los “ricos y famosos”.  Queda absuelto.  Héroe de la NFL y actor hollywoodense, purgó 25 años de prisión por asaltar un hotel en Las Vegas.  Se sabe que antes del asesinato, había aporreado varias veces a su esposa, al punto de dejarla inconsciente.  Murió el año pasado… pero en realidad ese bicho siempre estuvo muerto espiritualmente.



En 1991 Tyson, máquina de demolición, maza de Tor, toneladas de dinamita en cada guante, viola a una muchacha de 18 años.  Nuevo tirón de orejas: 3 añitos de cárcel (reducidos por diversos manipuleos jurídicos).  Dershowitz (adalid de los femicidas: ya había liberado al siniestro Claus von Bülow) encontró la fisura procedimental, la prueba mal presentada, el tecnicismo para “blanquearlo”.  Ahora es ciudadano ejemplar y fidelísimo islamista.



En 1995 Edmundo, apodado “La bestia” por su potencia goleadora… y por su visceralidad e iracundia, se emborracha y decide atropellar a 3 personas en un carnaval de Río de Janeiro, matándolas a todas.  ¿Dimensionan la magnitud de la tragedia?  ¿Los microcosmos familiares destruidos, las ondas expansivas de dolor que tal monstruosidad desata?  Le dan 4 años... pospuestos ad infinitum.



Ídolos con pies de barro.  Creen estar más allá del Bien y el Mal.  Su sordo rencor fermenta en el tenebroso dédalo de sus cerebros, y emerge, impregnado del tufo de la podredumbre que lo engendró.  Psicópatas, agresores glorificados.  La sociedad les perdona todo... porque marcan goles “de chilena”, o noquean a sus rivales en el primer asalto.  Nauseabundo.  Nadie está por encima de la ley y puede, al amparo de su popularidad, perpetrar tales degollinas.  Al aceptar la celebridad, un deportista deviene modelo de emulación para la juventud.  El amor de una afición conlleva responsabilidad.  Un héroe deportivo no puede permitirse ser un anti-modelo ético.  



Pistorius se suicidó mediáticamente: ya no es inspiración, sino fuente de desmoralización colectiva.  No sé si la fama enferma a la gente, o si codiciar la fama es ya, de suyo, una patología.  Una sociedad que permite estas aberraciones ha perdido la cordura.  Osquitar debería ahora confinarse a jugar con pistolitas de agua –si le dan permiso– en una celda de máxima seguridad.  Pero luego de mil retruécanos legales, terminó por expiar una pírrica condena de siete añitos, y ahora es un hombre libre, con toda una vida por delante para seguir perpetrando sus crímenes a piacere.



La sociedad crea estos monstruos de Frankenstein, los idolatra, los pone en el peñón de cristal de la impunidad, los mima, protege, los convierte en héroes aún cuando sus vidas sean enciclopedias ambulantes de todos los vicios y depravaciones imaginables.  Hoy, Osquitar va a ser objeto de un documental, de un biopic, y se apresta a publicar sus “Memorias”, que cederá a una editorial a precio de oro y que, sin duda, se convertirá en un bestseller a escala planetaria.  Sigue siendo una máquina de producir capital a tiempo completo, y muchos son los que lo consideran un mártir de la cristiandad, una pobre alma flagelada inmisericordemente por la opinión pública y un grupúsculo de detractores, de inescrupulosos victimarios que lo persiguen por mera envidia.  Y es así como, en una aberrante inversión de valores éticos, pasa a ser un ternerito recental, el agnus dei qui tollis pecatta mundi, en lugar del abyecto verdugo que es.  ¿Somos los seres humanos capaces de administrar, impartir y enseñar la justicia?  No, y justamente en eso nos irá nuestra perdición.      

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