El equipo de futbol en tanto que organismo
Jacques Sagot
Ahora, amigos y amigas, una reflexión sobre la naturaleza esencialmente orgánica de ese cuerpo llamado “equipo de fútbol”.
El gran Rinus Michels dijo alguna vez: “El fútbol es como la guerra: quién sea demasiado amable perderá”. La frase ha sido frecuentemente mal citada (“el fútbol es la guerra” –es la grave ecuación en que ha sido transformada–). No es, ciertamente, una reflexión que sería bien recibida en nuestros días: el fair play ha higienizado el espíritu inherentemente pugnaz del fútbol. Pero en ella este técnico –en mi sentir, el más grande de todos los tiempos– formula de manera no se podría más directa lo que intento plantear.
La “Naranja Mecánica” de Michels no era, por cierto, conocida por su particular “falta de amabilidad”: su fútbol era noble (salvo en el partido contra Brasil en el Mundial Alemania 1974, donde los holandeses golpearon sañudamente a Rivellino y Marinho, y fueron tan violentos como los sudamericanos, penalizados por la justa expulsión de Luis Pereira). Para ese efecto, la Italia de Bearzot campeona en España 1982 era mucho más artera y belicosa. Pero es cierto que la “Naranja Mecánica” de 1974 tenía una forma de disputar cada balón, de cercar a todo jugador enemigo que se hiciera de la pelota, que si no maligna, era feroz. Dominaban como nadie el juego en espacios reducidos, caían como un enjambre sobre el rival que llevaba el esférico y no tardaban en despojarlo para dar inicio a la gestión ofensiva. Tal era, justamente, la premisa del “fútbol total”.
La “Naranja Mecánica” puso en boga la analogía del equipo de fútbol con la máquina: cuestión de tuercas, poleas, pistones, carburadores, engranajes. Pero resulta que la analogía maquinista (el fútbol como máquina de guerra) no es, en realidad, la más feliz. Mucho más certero sería comparar a un equipo con un organismo viviente: la metáfora organicista o biologista. Concebir el equipo de fútbol more biologicum, como si de una planta o un animal se tratase. Tanto en la máquina como en el organismo (asumamos que se trata del cuerpo humano), las partes existen e interactúan en función del todo, y el todo es inconcebible sin el coordinado accionar de sus partes. Así vistas las cosas, un equipo podría ser concebido como máquina tanto como organismo viviente. Pero entre la máquina y el organismo existen mil diferencias esenciales. Nos limitaremos a dos de ellas. La máquina es incapaz de libertad, y luego, es también incapaz autosanarse, del proceso de autopoiesis (Goodwin, Maturana y Varela: la planta absorbe el dióxido de carbono y lo transforma en oxígeno: se sana a sí misma, al tiempo que sana su entorno). La disfunción de una parte acarreará la disfunción de otra, que a su vez entrabará a una tercera, hasta el colapso total del aparato. En un avión, una turbina no puede correr “al rescate” de su compañera que quizás se incendió o detuvo en pleno vuelo. Lo propio del organismo humano es su capacidad para autorregenerarse, autosanarse. Si un riñón no funciona, el otro redoblará su trabajo a fin de filtrar la sangre. Existe, entre los órganos vitales del cuerpo humano (lo mismo cabría decir de las plantas o animales) una relación de solidaridad (el término debe ser, por supuesto, entendido por analogía, no en su estricto sentido ético). Los demás órganos redoblarán su trabajo para suplir el déficit del órgano enfermo, cualquiera que este sea. La máquina es incapaz de este proceso. No se autoproduce, no se autosana, no se autorregenera, y como decíamos, la disfunción de una parte suele acarrear la disfunción de las demás, hasta la potencial catástrofe.
A la luz de estas reflexiones, resulta evidente que un equipo de fútbol funciona según el paradigma biológico del organismo, y no según el paradigma mecanicista. Si un volante está cumpliendo con su función deficientemente, sus compañeros redoblarán el trabajo a fin de compensar la debilidad, y el equipo se autoequilibrará en su accionar colectivo. Si un jugador desperdicia un disparo en una tanda de penales, siempre podrá el siguiente cobrador compensar, enderezar, equilibrar la anterior disfunción con una buena ejecución. Así, el equilibrio general se ve preservado. Un equipo de fútbol es un organismo capaz de autorregulación. Cuando el jugador que yerra un penal genera una “epidemia” de terror en sus compañeros, y todos terminan por fallar sus cobros, habría que hablar de un organismo enfermo, que no fue capaz de autoequilibrarse, y donde la histeria y el descontrol se propagaron de manera contagiosa e incoercible, pero esto es, justamente, lo que en el fútbol urge evitar. La metáfora correcta para el accionar de un equipo deportivo solo puede ser biológica y no mecanicista. Un equipo es, en esencia, un organismo viviente, que se autorregula, autopurifica, autoequilibra y autosana (facultades de las que, una vez más, está privada la máquina). Así pues, toda metáfora de tipo maquinista debe ser tomada cum grano salis, y de manera muy laxa. Por cierto, una gran obra de arte (una sinfonía de Beethoven, por ejemplo) es también un organismo, donde las partes (melodías, células rítmicas o Leitmotivs concretos existen en función del todo (la overarching structure de la pieza), pero el todo es a su vez inconcebible si el coordinado accionara de las partes. La unitas multiplex: la unidad dentro de la multiplicidad. En el terreno de la música –y de otras artes– el principio de unidad y cohesión formal es el rasgo más importante de la obra.
Como organismo biológico, un equipo estará sometido a la dinámica de los ciclos: de salud, de enfermedad, de infancia, de madurez, de plenitud de los poderes, de decrepitud, de muerte, de reverdecimiento. Comprender esto es esencial, cuando evaluamos el rendimiento de un cuadro en un momento histórico concreto. Para ganar un campeonato no es menester únicamente jugar bien: es preciso que el torneo coincida con el ápex, con el máximo de salud del equipo. Es una cuestión de sincronía. El mismo equipo que gana un torneo brillantemente, podría ser eliminado en primera ronda (con los mismos hombres) dos meses más tarde. En 2021, Italia gana la Eurocopa en Wembley, frente a Inglaterra… y pocos meses después es eliminada del campeonato mundial por segunda vez consecutiva. La Alemania que triunfó de manera contundente en julio de 2014 en Brasil, no hubiera ganado el campeonato tres meses después, cuando ya había dejado atrás el peak de sus potencias, y padecía aparatosas derrotas contra Argentina, Polonia, Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, entre otros rivales. En el campeonato mundial Rusia 2018, la Mannschaft fue humillada, cayendo ante México y Corea del Sur, para ser eliminada en primera ronda. El poderosísimo Brasil de 1970 no hubiera ganado el tricampeonato si este hubiese sido jugado en 1968: fue un mal año para la Verdeamarela, ¡pese a tener ya en su plantel a casi todos los cometas que prevalecerían dos años más tarde! ¿Quién hubiera ganado, en 1968? Posiblemente Italia, campeona europea recién coronada. Pero sucedió, por desgracia para este equipo, que ya dos años más tarde su accionar se había erosionado ligeramente, y eso fue suficiente para que no pudiese alzarse con el cetro. Es preciso que el equipo se autopurgue de los elementos disfuncionales, y el todo ubique, articule, consolide a los elementos funcionales. Pueden suceder dos cosas: la disfunción de una de las partes (la enfermedad o desgaste de un órgano), o bien la disfunción del todo, que es incapaz de armonizar la interacción de sus componentes (sería, por ejemplo, el caso de una afección neurológica degenerativa). La primera instancia sería equiparable a la de un jugador de bajo rendimiento que debe ser sustituido, o bien llamado al orden. La segunda, a un técnico cuyo báculo se tambalea, y cuya autoridad sobre el equipo se cae a pedazos. Dentro de la concepción equipo – organismo, asumo que el técnico es un factor endógeno, en modo alguno exógeno al organismo: ¡él también debe lidiar con sus ciclos de salud o de postración anímica y física! Brasil en 1968 era como una sopa recién hecha: todos los elementos estaban ahí, pero no había tenido el tiempo necesario para que cada ingrediente liberara su fragancia y la amalgama ideal de sabores se constituyera. Eso sucedió en 1970, y fue un verdadero tsunami futbolístico. La propia Alemania jugó mejor al ganar la Eurocopa de 1972, que el Campeonato Mundial 1974. En dos años, el deterioro del cuadro se sintió. Algunas piezas se gastaron, y los partidos de primera ronda contra Chile, Australia y Alemania Oriental fueron muy decepcionantes. La Alemania de 1972 jugaba, la de 1974 luchaba. Para su fortuna, su superávit de talento le alcanzó para ganar en 1974, aun cuando la cima de sus poderes, su máximo nivel de eficacia, hubiese quedado atrás. Ya para la Eurocopa 1976 era un equipo declinante, y su participación en el Mundial Argentina 1978, donde únicamente lograron vencer a México, fue muy grisácea, con solo el arquero Sepp Maier, un todavía muy joven Rummenigge, y el proverbial Bonhof manteniendo el buque a flote.
Un equipo de fútbol es un organismo viviente, y no una máquina. Padecerá de todas las fluctuaciones de salud y los ciclos propios de la vida. Es un hecho que jamás podrá ser modificado o “mejorado”. Y celebro que así sean las cosas. Estoy con la vida, en modo menor o modo mayor, pero siempre la vida.
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