MAR
Jacques Sagot
Mar amargo. Infinita mortaja. Cementerio de mil buques. Fosa común. Lleno de secretos. Para siempre. El olvido, el olvido… la segunda de nuestras muertes, la definitiva, la social, esa con la que aún los muertos terminan de morirse.
Todo lo corroes, todo lo consumes. Mi terror no tiene límites. Mi terror sagrado, irreprimible trepidar del alma. Vives para rugir, y de vez en cuando para arrullar. Y cambias, y cambias, y permaneces idéntico a ti mismo. Por eso te comparan a la vida, por eso y porque detentas el gran misterio de nuestro ser. Pero mi corazón es pequeño. Hecho para la ternura. Y tus tempestades me asustan, las lentas montañas, altas, altas sobre las bordas, y tu helada colección de naufragios.
Mi alma está enferma, eso lo sé hace mucho. Llena de silencio, tu profundidad, y como la mía, llena de cadáveres. Que tu corriente me arrastre contra los ásperos peñascos, que ahí se fracture para siempre mi quilla. Sobre el puente quedarán los cuerpos. Uno de ellos prendido del gobernalle, otro quizás en la soledad de su mástil, la mayoría aferrada a los desgarrados velámenes, o bien crispados en la pose en que la muerte los sorprendiera. Con los ojos abiertos, bien abiertos, como los marineros cuando interrogan el horizonte. Y en el cuaderno de bitácora, la narración de mis viajes hacia ninguna parte, todas las errancias de una vida que renunció al gozo y se fue sin estelas, sin siquiera las flotantes barricas que dispersan los naufragios.
Por la gana de morir, por el simple deseo de mi propia disolución. Que las mareas entreguen mi cuerpo al horizonte limpio y puro.
Las proas de mil navegantes te rompieron, trazaron sobre tu piel heridas que tan pronto cavadas sanaban sin dejar huella alguna. Pero hombres corajudos te han roto, te han penetrado, y ese mundo de ojos descomunales y fosforescentes que guardas en lo más hondo de tu entraña ha sido sometido a la terrible violencia del conocimiento. Pronto no tendrás ya más secretos. Desflorado quedarás, y tal vez más iracundo que nunca. En vano acumularás tus tempestades. Las tumbas se abrirán y los cadáveres quedarán flotando a ras del agua. Expuesta para siempre, tu vocación de asesino.
Y más que nunca serás mi hermano. En nuestra polimorfa, mutante perversidad nos reconoceremos y amaremos quizás. Te execro, como seguramente tú a mí, pero aun así estamos condenados a amarnos. Somos demasiado parecidos; la colisión era inevitable. Y amorosamente me hundiré en tu gélida entraña. Tus fosas, volcanes, cordilleras… todo habré de recorrerlo. Inmenso cuerpo que me contiene y asfixia. El abrazo estrangulador de tus sargazos y la hipnótica belleza de tu sonrisa coralina.
¡Es tanto lo que ocultamos! ¡Tan sinuosa nuestra piel, tan sórdidas nuestras entrañas! Ambos solitarios. Un enano dejándose devorar por la hidra. Que me consuma. Será que no conozco otra forma de amar. Deshacerme, deshacerme…
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