El racismo, cáncer inerradicable del alma humana
Jacques Sagot
En el fútbol -en todo deporte- se registran manifestaciones depravadas de racismo violento y masivo. La FIFA ha hecho cuanto ha podido por reprimir las agresiones raciales que desde las graderías un puñado de cobardes inflige a los jugadores del cuadro que no goza de sus simpatías. Es un hecho frecuentísimo, inevitable, y tiene lugar en todas las latitudes del planeta. Pero no creo haber sabido de cánticos más perversos, más inhumanos, más cruentos que los vociferados por los miembros de las barras antagónicas del gran Ajax de Holanda, para denostar a sus figuras -entre las cuales de contaban genios del calado de Cruyff, Neeskens, Rep, Krol, Suurbier, Haan… la espina dorsal de “La Naranja Mecánica”, la Selección Holandesa cuya concepción del “fútbol total” y del jugador “polifuncional” revolucionó la historia de este deporte durante la primera mitad de la década de los setentas-.
El Ajax era el equipo del Gueto Judío de Amsterdam. Cada domingo, los puestos del pintoresco y animado mercado judío, cerraban más temprano, para que todo el barrio pudiera correr al estadio a apoyar al Ajax. El partido era un flamear de banderas ostentando los colores del equipo, la silueta del héroe griego epónimo y la Estrella de David, conocida como la Estrella del Ajax. La infausta tarde del 14 de mayo de 1940, noventa bombarderos HE 111, cortesía de Hitler, laminaron completamente a Rotterdam con saldo de 900 muertos: Holanda se rindió dos días después, para evitar la destrucción de otras de sus ciudades. Blanda, vulnerable, inocua, totalmente carente de recursos para hacer frente al enemigo, Amsterdam también fue bombardeada, pero en menor escala.
Kuper, un periodista de familia judía holandesa, nacido en Uganda, escribe en el Financial Times y en The Observer. Es un apasionado del deporte, y autor del libro Fútbol contra los enemigos (2003). Ha escrito un opus extremadamente interesante y conmovedor: El Ajax, el equipo del gueto, subtitulado El fútbol y la Shoa. En este estudio, Kuper intenta desmitificar el mito de la Holanda “buena” que se opuso con coraje a los nazis… y por desgracia es harto convincente.
Cinco años más tarde esa gran pesadilla colectiva que significó la Segunda Guerra Mundial llegó a su término, y el Gueto Judío pudo volver a agruparse y reencontrar algo de estabilidad. Por ahí quedó el desgarrador e inconcluso Diario de Annelies Marie Frank, hoy traducido a más de setenta idiomas, e inspirador de varias versiones cinematográficas. Diversos autores barruntan que fue un judío -el notario Arnold van den Bergh- quien delató a la familia Frank, y les dijo a los nazis donde estaban ocultos. No puedo evitar volver a Dante, y el acertadísimo criterio con que confina a los traidores al noveno círculo del infierno: el más profundo, el más abyecto, ahí donde asistimos a los más tenebrosos suplicios. Judas, Bruto, Antenor de Troya, Ganelón y fray Alberigo se cuentan entre sus más conspicuos residentes.
El Ajax emergió como una potencia tectónica en el fútbol europeo al ganar consecutiva y categóricamente las ligas de campeones de Europa en 1971, 1972 y 1973. Con él, y su genial técnico Rinus Michels, había nacido el fútbol moderno. Pero claro, el racismo -específicamente el antisemitismo- seguía enquistado en el espíritu de un alto porcentaje de holandeses. Y aquí viene lo que yo no alcanzo a entender, ni a explicarme, ni a concebir. Hay niveles de la maldad que simplemente no soy capaz de digerir. Las barras rivales del Ajax se ponían de acuerdo, y en mitad de los partidos, cantaban esta atroz rima: “Hamas, Hamas, judíos al gasssss…” El estadio se llenaba del sonido sibilante de la “S”, de ese maldito fonema fricativo alveolar sordo, que pretendía imitar el sonido del gas llenando las cámaras de muerte en los campos de exterminio nazis. Jamás he visto o tenido noticia de una infamia más depravada, de un acto más censurable en el contexto de un evento deportivo. Y no estamos hablando de algo que sucedía en 1935, no. Estamos en plena década de los setenta, es decir, ayer. La siniestra sibilancia de la “S”, emitida por miles de sádicos, reverberaba lúgubremente entre las paredes del estadio, y afectaba -¡qué duda cabe!- psicológicamente a los jugadores. Fue, de hecho, una de las razones por las que Cruyff, uno de los tres o cuatro mejores jugadores de la historia del fútbol, decidió fichar para el Barcelona en 1974. Desde su partida, el Ajax pasó décadas sin poder ganar nuevamente la Copa de Campeones de Europa.
¿No sabían, estos miserables, cobardes y anónimos agresores, que ese fatal bisbiseo era idéntico al que producía el monóxido de carbono saliendo por los orificios de los supuestos aspersores de las cámaras de gas? ¿Y que luego la misma, ofídica sibilancia, anunciaba la salida del mucho más letal y rápido Zikon 2, un gas de cianuro que mataba instantáneamente a las víctimas (gran aporte filantrópico de Josef Mengele a la humanidad)? ¡Por las heridas de Cristo: muchos de los jugadores en el terreno de juego habían perdido seres queridos en los campos de exterminio nazis! ¿Cómo conseguían siquiera concentrarse a fin de jugar sus partidos de fútbol, y hacerlo, además, con panache incomparable? Yo sé muy bien -no soy virgen en materia de exposición a la terrible agresividad verbal de las graderías- que en el fútbol se inventan los más retorcidos improperios para desequilibrar psicológicamente a uno u otro rival, ¡pero esto es llevar las cosas demasiado lejos! Como egregiamente dice Poe en su cuento La máscara de la Muerte Roja : “Aun en el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Hasta el más disipado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las que no se puede jugar”.
De unos años acá, la FIFA ha creado comités, unidades, sanciones y toda suerte de mecanismos más o menos eficaces para erradicar el racismo de los estadios. Hoy en día, cánticos como “¡Hamas, Hamas… judíos al gassssss…!” le valdrían a un estadio, un equipo, una barra y quizás a toda la liga futbolística de país un castigo severísimo. Pero el racismo persiste. Lo veo en los pocos y menos que mediocres simulacros de fútbol que se celebran en Costa Rica, y a decir verdad lo percibo en todo el mundo. El prejuicio racista se enquista en el cerebro como una triquina, y de ahí -y del lenguaje- resulta muy difícil eliminarlo. Narro esta historia porque veo con incredulidad que semejante maldad se perpetrara en la altamente civilizada metrópoli de Ámsterdam, refugio de los judíos marranos de Portugal perseguidos por la Inquisición, ciudad reconocida por su tradición de libertad, de no represión, de détente, de liberalismo. Es el último lugar del mundo que hubiera imaginado escenario de semejante atrocidad. Pero bueno, así son las cosas. Sin duda he pecado de ignorante y de ingenuo. La perversidad humana es uno de esos abismos cuyo fondo no puede reconocer sonda ni espeleólogo alguno. Vivir es irla descubriendo lenta, progresiva, dolorosamente.
Solo se me ocurre pensar que el último párrafo está relacionado con el reciente episodio de hace un par de meses (?) cuando los hinchas de un equipo "judío" --Maacavi Tel Aviv-- de Israel jugó en Ámsterdam. Este es un tema complejo. Se ha establecido que hay racismo en ambas vías: contra los israelitas y contra los musulmanes. Y hay clérigos de ambas religiones trabajando para superar los odios y discriminaciones... En este caso en particular, lo sucedido en Ámsterdam fue muy complicado y no hay una versión definitiva de los hechos acaecidos, aunque está claro que los hooligans de Maacavi iniciaron los ataques contra manifestantes pro palestinos que para nada estaban pronunciándose en términos anti semitas sino pidiendo paz…